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21 marzo 2016

EL TEST HEMATOGRÁFICO Y LAS EMOCIONES

Dos enfermedades iguales se hacen distintas según sean las emociones de quienes las padecen y por lo tanto los remedios han de ser recomendados según sean dichas emociones.



Las emociones negativas como el miedo, fracaso, pesimismo, negatividad, trauma, ira, tristeza, etc., generan una reacción en el cuerpo humano, que lo desequilibra y crean las condiciones para el desarrollo de la enfermedad en sus diferentes manifestaciones.



La medicina alopática solo tiene puesto los ojos en la anatomía, la fisiología, la química, la física, que contribuyen a un punto de vista materialista, por el cual solo existe, para ella, el cuerpo y la enfermedad sin tener en cuenta la parte más esencial del paciente: sus emociones.



Según Kent, el notable homeópata americano, decía que «el estado mental del paciente es el que decide la medicación». En todas las enfermedades denominadas corporales la condición del carácter y de la mente siempre está alterada. Sin embargo no es necesario estar enfermo para experimentar ciertos estados emocionales como ansiedad, miedo, enojo o tristeza ya que estas son emociones universales inherentes en el ser humano.


La única y verdadera forma de comprender un determinado caso clínico es abarcando, no solo los síntomas físicos, sino también toda la personalidad del paciente y Hahnemann dijo «Tomar en consideración su carácter moral e intelectual, su ocupación, modo de vida y hábitos, sus relaciones sociales y familiares, su función sexual, etc., será lo que nos pondrá en el camino de iniciar una terapéutica adecuada para su sufrimiento».

Edward Bach, creador de la terapia floral dijo «La enfermedad no es material en su origen, en gran medida se refiere al hecho de que las emociones negativas producen un desequilibrio que conduce a la enfermedad, por lo cual, la acción terapéutica debe estar dirigida muy especialmente a transmutar dichos estados anímicos por aquellos contrarios y así dar lugar a que se pongan en marcha los procesos de sanación».


 


Las artes curativas estimulan las emociones positivas tales como la alegría, esperanza, el amor a fin de que el paciente logre su recuperación más rápidamente. No hay enfermedades sino enfermos Hace Años me hice cargo, en un hospital privado, de una sala de operados quirúrgicamente de próstata.  En una de las habitaciones yacía un hombre amargado. Llevaba seis meses encerrado en la habitación con su herida quirúrgica totalmente abierta y por donde se le escapaba sin cesar la orina. Este hombre era despreciado por todo el personal de dicho hospital derivado del mal temperamento que le ocasionaba la situación.

El primer día que lo visité para hacerle la cura me recibió con su mal temperamento, sin embargo lo sorprendí sentándome a los pies de su cama e inicié una conversación interesándome por su vida, su largo ingreso. Le di ánimo y esperanza en un restablecimiento rápido. Los siguientes días ya me esperaba con ilusión y se alegraba de verme y me decía, –lo recuerdo perfectamente como si fuera hoy y aún me emociono–, «nadie me ha tratado como tú lo haces y espero con impaciencia el verte cada noche».

A los veinte días su herida, para sorpresa de todo el hospital, estaba totalmente cerrada y fue dado de alta. El método físico de cura fue el corriente que todos los profesionales anteriores aplicaron, pero les faltó el gran medicamento de la esperanza, el amor, la alegría…







Ebook TEST HLBO F.G 

(Recientemente denominado Sistema Test Hematográfico)


















Fernado Guirado
Director del Instituto Hematográfico Holístico 

Biometrista Hematográfico
Profesor,fundador e investigador del Sistema Test Hematográfico-STH.FG-.

20 marzo 2016

TIPOS DE TOXEMIA



En el lecho de muerte, Louis Pasteur –demonizador de los virus y alabado por ello– intentó enmendar su error, al afirmar: «El virus no es nada, el terreno lo es todo». Pero su declaración póstuma pasó y pasa inadvertida. Como pasa inadvertida la afirmación básica de la medicina natural: «La causa profunda de todas las enfermedades es la suciedad del terreno producida por la acumulación de desechos».



Los desechos orgánicos no se depositan en un solo lugar, sino que circulan por todo el cuerpo. Todo el organismo sufre la sobrecarga, pero como cada persona tiene su punto débil, es allí donde aparecerá la crisis visible y dolorosa. Lamentablemente, terapeuta y paciente por lo general olvidan esta realidad, enfocándose en los síntomas y olvidando las causas primarias.
El moderno concepto de diagnóstico sirve sólo para rotular al barómetro de una caldera a punto de explotar por exceso de presión. Es inútil ocuparse del barómetro. Por sentido común, debemos disminuir la presión de la caldera. Aliviada la presión, el barómetro, por sí mismo dejará de indicar el estado de emergencia.
Llevemos la analogía a nuestro automóvil, mecanismo sencillo de comprender y al cual generalmente le brindamos mejores atenciones que a nuestro organismo, tal vez porque aquel nos costó esfuerzo y éste fue un regalo de la existencia. Imaginemos que viajando en ruta, se nos enciende la luz roja de presión de aceite. ¿Qué hacemos?
El sentido común aconsejaría detenernos de inmediato e investigar la causa que originó el inconveniente: falta de lubricante, problema de la bomba de aceite, rotura del cárter, etc. Resuelta la dificultad, arrancaremos el motor y veremos que la luz roja se apaga por sí sola.
En cambio, ¿qué hacemos cuando algo similar sucede en nuestro organismo? Por lo general, desenchufamos la luz roja. O sea, buscamos una «pastillita mágica» que apague el indicador de alarma: algo que baje la presión, el colesterol, la glucosa, las hormonas tiroideas, la inflamación o cualquier otro parámetro fuera de norma, sin preocuparnos de revisar la causa que activó la alarma.
Si obramos así en el automóvil, ¿qué sucederá? Inicialmente seguiremos como si nada, confiados por no ver más la luz roja. Pero unos kilómetros después sobrevendrá el desastre: el motor claudicará. Esto es inexorable en la mecánica vehicular, y también lo es en la lógica del funcionamiento corporal.



Es más, el moderno sistema de monitoreo médico ha generado una obsesión por los parámetros fuera de norma. Profesionales y pacientes viven pendientes del valor de glucosa, presión, colesterol, hormona tiroidea, triglicéridos o densidad ósea. A través de fármacos se obtiene la ilusoria satisfacción de poner en caja los guarismos desequilibrados. Sería como si en el ejemplo del automóvil, moviésemos con la mano la aguja del manómetro de presión de aceite, hasta llevarla a zona de seguridad. ¿De qué nos sirve, si el desequilibrio profundo se mantiene?
Todo esto es sencillo de corroborar en la práctica. ¿Cómo es posible que un simple drenaje de toxinas pueda provocar la remisión de distintos síntomas en una persona, por diferentes que éstos sean? La concepción de la enfermedad como consecuencia de la sobrecarga tóxica, se opone a la concepción microbiana, donde todo parece ser resultado de la acción de virus y bacterias. Y es lícito preguntarse: si los microbios son tan letales, ¿cómo es que ciertas personas sucumben ante ellos y otras tienen reacción nula?




Los microbios no son más que huéspedes de un terreno sobrecargado, que permite su expresión o desarrollo. Podrá argumentarse que todo depende de la fortaleza del sistema inmunológico de cada persona, pero como veremos luego, la eficiencia de nuestro sistema defensivo, como toda parte integrante del cuerpo, es consecuencia directa del estado de limpieza de nuestros fluidos internos. O sea que: el terreno lo es todo.
Toxinas internas
Nuestro organismo depende totalmente de aportes externos para construirse, renovarse y funcionar. O sea que está perfectamente preparado para procesar sustancias que vienen del exterior, convirtiéndolas en elementos útiles para el funcionamiento corporal. Hasta los nutrientes más nobles y puros, requieren de procesos degradatorios y asimilatorios, que implican producción de desechos metabólicos.





Asimismo, la continua regeneración celular de órganos y tejidos, provoca cantidad de células muertas que deben ser eliminadas de inmediato. Para hacer frente a esta vasta tarea, el cuerpo se ha dotado de un grupo de órganos especializados para tal fin: los emuntorios.
En esta fase pueden ayudar a la resolución de la enfermedad la sauna, el masaje, fitoterapia depuradora, dieta, la sedación, ingesta de líquidos, etc.
Pero si las toxinas son naturales y estamos dotados de una buena estructura de órganos de eliminación, ¿por qué nos intoxicamos? O lo que es igual, ¿por qué enfermamos? La respuesta es muy sencilla: porque sobrepasamos la natural capacidad de eliminación, o sea, generamos más desechos de los que podemos evacuar.




Visualizando el origen de las toxinas que procesamos, podremos tener una mejor idea de cómo limitar su generación y colaborar con el exigido funcionamiento corporal. Debemos tener en cuenta que la realidad moderna es muy diferente que la de nuestros antepasados. Ellos debían lidiar sólo con algún fruto tóxico, alérgenos naturales, microbios y desechos normales de los procesos metabólicos internos. En cambio nosotros estamos sumamente afectados por la degradación del medio ambiente y sobre todo por la alimentación industrializada. Pero vayamos por partes.
La mayor cantidad de toxinas proviene de la natural degradación de los alimentos ingeridos, proceso necesario para convertir los nutrientes en sustancias más simples, capaces de generar energía y material constructivo. Estas transformaciones producen desechos, cuya eliminación esta prevista en el funcionamiento orgánico. Por ejemplo: las proteínas, al desdoblarse en aminoácidos, generan urea y ácido úrico; la combustión de la glucosa produce ácido láctico y gas carbónico; las grasas mal transformadas, ácidos cetónicos.
Estas toxinas del metabolismo interno son perfectamente toleradas por el organismo, siempre y cuando no superen cierto límite. Este límite está dado por nuestra capacidad de digerir, combustionar y eliminar. Al superar este umbral, los desechos, aunque naturales, se convierten en una amenaza para el cuerpo, entorpeciendo su normal funcionamiento.
Para visualizar cómo funciona el proceso de acumulación, veamos un par de cifras orientativas relacionadas con los riñones. Estos órganos deberían eliminar 25 a 30 g diarios de urea. Si sólo eliminan 20, significa una retención de 5 g por día, o sea 150 g mensuales.
Esto permite entender la importancia de una alimentación sobria y frugal, de buena calidad y en dosis adecuada a nuestro desgaste calórico. Aún con alimentos sanos y naturales, si comemos más de lo que gastamos, estamos creando un problema adicional al organismo, que debe lidiar con sustancias que no puede utilizar y/o eliminar, y que algún destino deberán tener.
La sobrealimentación y el sedentarismo se han convertido en grandes problemas de la sociedad moderna. Es muy sencillo que las personas ingieran más de tres mil calorías diarias y gasten mucho menos de dos mil. Por su parte, el sedentarismo no solo impide la necesaria combustión de calorías excedentes, sino que dificulta la correcta oxidación de los residuos del metabolismo celular, con lo cual se generan aún más desechos tóxicos.
Todo esto se ve agravado por el nefasto sistema de producción industrial de los alimentos. Los procesos de manipulación y refinación quitan preciosos elementos vitales y ello lleva al consumo de mayor volumen, en el intento de cubrir las necesidades netas de vitaminas y minerales.




Los problemas de la sobrealimentación no son sólo de acumulación. Cuando superamos la capacidad de procesamiento de nutrientes que tiene nuestro sistema digestivo, generamos una masa de alimentos mal transformados cuya tendencia es la fermentación y la putrefacción, lo cual produce nuevos venenos, que incrementan a su vez el ensuciamiento general. Esto se ve agravado por el estrés y los ritmos antinaturales, que merman nuestra capacidad metabólica.
Toxinas externas
Pero el alimento moderno tiene otros oscuros aspectos relacionados con la intoxicación del organismo y que van más allá de la abundancia.
Las técnicas actuales de producción primaria e industrialización, además de empobrecer la calidad del alimento, generan una nefasta carga de sustancias eminentemente tóxicas, que de ninguna manera estamos preparados para procesar. Insecticidas, herbicidas, fungicidas, fertilizantes químicos, antibióticos, vacunas, hormonas sintéticas, balanceados industriales, granos transgénicos, etc., son solo algunas de las sustancias que se utilizan en la producción de alimentos y que, directa o indirectamente, ingresan a nuestro organismo, diariamente y en altas concentraciones. Un ejemplo: nadie relaciona la gran cantidad de problemas endocrinos (menopausia, tiroidismo, etc.) con la continua ingesta de hormonas sintéticas que se «mimetizan» con las naturales y nos causan un verdadero caos hormonal.





A ello se agrega otra gran cantidad de sustancias químicas artificiales que utiliza la industria elaboradora: conservantes, saborizantes, emulsionantes, estabilizantes, antioxidantes, colorantes, edulcorantes, grasas transaturadas (margarinas), etc. Todo esto se hace en el respeto de legislaciones que establecen dosis tolerables por el organismo. Claro que las normas se hacen para cada compuesto individualmente y en base teórica. Nadie toma en cuenta la sumatoria de estas dosis, ni sus interacciones reales. Un estudio británico demostró recientemente que la mezcla de ciertos colorantes artificiales y el benzoato de sodio (conservante de uso habitual en refrescos), influye en el comportamiento y en los desórdenes de conducta de los niños. Otros estudios indican que, en promedio, ingerimos anualmente varios kilogramos de dichas sustancias. Y adivinen ¿quién debe lidiar con esa carga?



Aquí no termina el inventario de sustancias tóxicas que diariamente introducimos al organismo. Falta aun lo que ingerimos en medicamentos, detalle no menor en un país como el nuestro, que ingiere, por ejemplo, seis millones de aspirinas diarias. Nuestra sociedad es ávida consumidora de analgésicos, antiinflamatorios, sedantes, estimulantes y una larga lista de fármacos de uso corriente, alegremente publicitados en TV como si fueran inocuas golosinas.

Pero no solo ingresamos tóxicos por vía digestiva. La piel es otro órgano permeable a elementos indeseables: cosméticos, tinturas, cremas, antitranspirantes y fijadores son fuente de sustancias nocivas. Por las vías respiratorias también introducimos importantes cantidades de venenos: desde el humo de cigarrillos a los desechos de combustión y procesos industriales.
A todo esto se suma la problemática de los refinados industriales. Diariamente estamos incorporando altas cantidades de compuestos químicamente puros que no existen en la naturaleza. Es el caso del cloruro de sodio (sal blanca) o la sacarosa (azúcar blanca). Biológicamente el organismo no reconoce estas sustancias refinadas y de gran pureza; es más, las considera tóxicas por su reactividad. Para comprender mejor esta «fobia» corporal hacia los compuestos químicamente puros, podemos usar ejemplos ilustrativos, como la caña de azúcar, la hoja de coca y la sal refinada.
Estudios hechos en Sudáfrica sobre muestras de orina de dos mil trabajadores de plantaciones de caña de azúcar, no hallaron excedentes de glucosa, pese a que en promedio mascaban 2 kg diarios de caña, o sea que ingerían 350g de azúcar por día. ¿La explicación? Mientras la caña mascada es un alimento natural, completo y fácilmente metabolizable, el azúcar refinado es un producto extraño y nocivo para el organismo. Otras investigaciones realizadas en África e India muestran que la diabetes es desconocida en pueblos que no incluyen carbohidratos refinados en su dieta.
Respecto a la coca, es simple observar en los pueblos andinos que el cotidiano consumo de la hoja mascada, benéfica para el apunamiento (mal de la montaña) y la digestión, no genera los efectos devastadores del extracto refinado, conocido como cocaína. Siempre estamos hablando de productos vegetales, pero de por medio está presente el proceso de refinación y purificación.
Nuestros riñones pueden eliminar unos 12 g diarios de cloruro de sodio (la tóxica sal de mesa refinada), pero está demostrado que la alimentación moderna provee 15 g o más. Esto quiere decir que reteniendo sólo 3 g diarios, estamos acumulando en el organismo 90 g por mes (verdadera causa de edemas y celulitis y endurecimiento de los vasos sanguíneos).
Frente a esta regular y abundante ingesta de compuestos reactivos -que superan por cierto la capacidad orgánica de procesamiento- el cuerpo se ve obligado a poner en marcha varios mecanismos de defensa que, además de generar un importante gasto de energía y recursos, incrementan la toxemia corporal. Nos referimos a la hidratación de estos compuestos (retención de líquidos asociada a deshidratación celular), a la captura lipógena (edemas, obesidad y celulitis) y a la cristalización (artritis, ácido úrico, arenillas, cálculos, esclerosis capilar, etc.).






Este cuadro, lejos de asustar, debe ayudar a la toma de conciencia: nuestro organismo no es un cesto de basura donde podemos arrojar impunemente cualquier cosa. Además, esta problemática, nefasta en sí misma, se ve agravada por la pérdida o el olvido de sanos hábitos ancestrales: los ayunos, las curas de primavera, el reposo, la conexión con los ciclos naturales, etc.




Excrementos y desechos metabólicos de nuestros huéspedes parásitos, se suman al volumen tóxico que deben procesar nuestros órganos emuntorios. Si las parasitosis fuesen ocasionales y periódicamente combatidas, esto no sería un problema, ya que el hombre siempre ha convivido con organismos parásitos. Pero el hecho de haber descuidado las ancestrales y tradicionales prácticas periódicas de desparasitación, hace que las infestaciones parasitarias se conviertan en crónicas y por tanto generen grandes volúmenes diarios de toxemia.


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Fernado Guirado
Director del Instituto Hematográfico Holístico 

Biometrista Hematográfico
Profesor,fundador e investigador del Sistema Test Hematográfico-STH.FG-.

15 marzo 2016

LA TOMA DE MUESTRA DE SANGRE CON EL SISTEMA TEST HEMATOGRÁFICO

Después de impartir varios cursos, he comprobado que la realización de la toma de sangre es una de las partes más difíciles de conseguir.


Una correcta interpretación de una gota de sangre, con el SISTEMA TEST HEMATOGRÁFICO dependerá de realizar adecuadamente la técnica de la toma de la muestra.


El pinchado en el dedo ha de ser el correcto. Se ha de graduar la profundidad del mismo según sea la piel más o menos gruesa, la tensión arterial,  la edad del paciente, etc.


La zona a pinchar será en la parte superior del pulpejo de cualquier  dedo de ambas manos, no importa cual sea.


La sangre quedará sobre la piel como una perla estática y si no fuera así se deberá de repetir el pinchacito.


Una vez la perlita de sangre esté  estática sobre la piel del dedo, se procederá a la colocación de la misma en un cristal porta.


El cristal se colocará paralelo al dedo.


La presión del cristal porta sobre el dedo, deberá de ser firme, a la vez que se ejerce un ligero movimiento de rotación para que la gota quede totalmente recogida en un círculo cuan más perfecto mejor.


La gota de sangre deberá de dar para cinco muestras en el mismo cristal porta. En la imagen aparecen siete muestras, pero lo ideal son cinco.


La dejaremos coagular en una superficie horizontal, alejada de fuentes de calor y aire. Procuraremos no hablar sobre ella para que no quede la muestra deteriorada por nuestras gotitas de saliva.


Entre cinco o diez minutos la muestra ya podrá ser interpretada.



 Video de toma de muestra de sangre

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09 marzo 2016

ANÁLISIS DE GOTA DE SANGRE CON EL SISTEMA TEST HEMATOGRÁFICO




Una señora de 60 años aquejada  de SINDROME DE FATIGA CRÓNICA.

Lo primero que me dice al llegar a mi consultorio, es que ya no cree en médicos. Especialistas, naturópatas, psicólogos, acupuntores y homeópatas.


Ya había consultado con todos ellos, incluso habían hecho la técnica Quantum Scio sin resultados.

La papeleta que tenía delante se me presentaba difícil, pero yo confiaba que el SISTEMA TEST HEMATOGRÁFICO , me diera la información que necesitaba para entender su caso.


Una vez hecho el test ,su gota de sangre no aportaba datos de interés en cuanto a dolencia fisica. Solo observe sobrecarga emocional con abundante punteado blanco en las áreas cerebrales, digestivas y hepáticas. Los parámetros nutricionales daban bastante bien.





Observa el punteado en la zona central de la imagen, indicativo de estrés, el tono más rojizo en el centro de la gota  que en la periferia indica exceso de sensibilidad emocional.


Decidí hacerle hipnosis.


Descubrí  que el agotamiento solo lo padecía cuando estaba en su casa. Si salía a la calle o la llamaban  por teléfono  y mantenía una conversación más o menos larga con amistades, la señora mejoraba.

En la sesión de hipnosis me dijo que no soportaba al marido porque era sucio y olia mal y en su presencia notaba un fuerte agotamiento.


He ahí su mal y su cansancio.Con la hipnosis le hice que se adoptara a su marido. ya que por economía no se podía divorciar.

Al mes llegó muy mejorada . El SISTEMA TEST HEMATOGRÁFICO seguía diciendo sobrecarga emocional.


Al mes siguiente empeoró por un conflicto con su hermano y una herencia. De nuevo con hipnosis, le hice la técnica del desprendimiento.


Conclusión: La persona padecía de sobrecarga emocional por ambiente familiar.

El TEST HEMATOGRÁFICO decia la verdad. 



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Fernando Guirado
Biometrista Hematográfico  
Presidente del Instituto Hematográfico Holístico